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Un mes en Níger
Paco Bautista, SMA

Un mes en Níger es mucho y es poco. Mucho porque renuevas el alma, el aliento, las raíces más profundas de tu vocación misionera, porque te encuentras con seres humanos que te enriquecen, porque los cristianos te sacuden con su fe, con la sencillez de sus reflexiones, con la espontaneidad de sus palabras…, es poco porque me hubiese gustado quedarme allí mucho más tiempo.



 

Un mes en Níger es un regalo, es ver cómo nace un proyecto comunitario de presencia discreta en un contexto que te interpela, por la pobreza extrema de mucha gente, porque el islam crea en ocasiones relaciones de desconfianza, porque la violencia de los extremistas está a flor de piel, pero también nuestra presencia a la vez interpela.

En este mes he coincidido con Isidro Izquierdo, compañero sma, responsable ahora del nuevo proyecto de la Misión de Torodí; a sesenta kilómetros de Niamey, la capital; pero también he encontrado a Lola, que se interesa por mejorar los cultivos de los campesinos, de poner en pié las huertas de las mujeres que quieren salir de la desesperación y poder alimentar a sus hijos; con Pilar y Carmen, enfermeras que están interesadas en sensibilizar a la población en el terreno de la salud, sobre todo la de niños y niñas que tanto sufren la desnutrición y otras enfermedades como la malaria y la disentería. Se trata de que cada uno aporte desde lo que es, desde sus capacidades, el granito de arena que haga de nuestra presencia allá un servicio discreto a los más necesitados, que ayudemos al entendimiento, al diálogo, a la unión, que seamos signos del amor de Dios.

Este mes en Níger me ha llevado a contemplar los paisajes exteriores: el río Níger, los campos sembrados de mijo, sorgo, los baobabs, las llanuras extensas, las dunas, el bullicio de Niamey con su tráfico alocado, en donde junto a bicicletas, motos, coches y camiones, te encuentras con dromedarios, cabras, ovejas, burros, caballos, etc.

Y como no, he vuelto al hospital de la manos de mi compañero Isidro. Yves Bernad, cansado, ya está en Francia, pero la gente lo recuerda con cariño y veneración. Pero de mi visita al hospital os hablaré otro día.

Hoy quiero compartir con vosotros un poema que compuse en la orilla del río Níger, al atardecer, cuando el sol ya se ocultaba. Es lo primero que escribía desde que os envié mi última reflexión.

Ahora estoy junto a mi padre, hace dos días se cayó y aún está dolorido. Escribir en calidad de cuidador de un enfermo de alzhéimer no es fácil. Pero intentaré enviaros mis reflexiones haciendo memoria de lo vivido y retomando la cotidianeidad de lo que vaya viviendo aquí. Os dejo con el poema, que bien podéis saltároslo los que no seáis muy aficionados a la poesía. Un abrazo grande y siempre fraterno.

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DESDE NÍGER

Federico,
el río Níger cabalgaría tus venas andaluzas
espoleando sin tregua la alegría
en una jaca joven, blanca, sin bridas,
sin espuelas, desnuda como el aire,
veloz como el viento,
sin más rumbo que el marcado por un corazón que late sin fronteras.

Al otro lado del Estrecho un surtidor de versos,
todos del veintisiete,
te nombraría no ya poeta en Nueva York
que siente el desgarro de dos palomas ciegas
con las alas rotas en la bolsa de Wall Street;
te nombraría embajador de una nueva era,
donde no habría más arma que cientos de poemas cargados de futuro.

El río Níger
llevaría tu infancia a la amplia Vega granadina,
a Fuente Vaqueros, repleto de aquellos chopos
con nombres de enamorados escritos en sus cortezas
desafiando el tedioso aire provinciano
de los enlaces ya concertados por una clase rancia,
de ventanas cerradas y corazones estrechos.

Federico,
soñaste un mundo justo cuando te llevaban al patíbulo
pero aún, pasadas tantas primaveras, no lo tenemos;
pusiste nombre a todos los proscritos,
te conjuraste con la luna gitana, con el cante jondo,
con la guitarra, con el piano, con el teatro, con las letras,
con la sangre alzada de una cultura que nadie domeña,
que nunca se resigna,
con el duende imposible de la Alhambra herida,
con el grito afilado de una navaja en una noche aciaga,
que no deja de acercarte a los latidos convulsos
del continente africano.

A pesar de todo, la tierra nigerina goza la vida
porque tal vez la vida sea lo único que tiene,
lo más preciado: nada ni nadie podrá quitársela,
por más fronteras que se blinden,
por más alambradas que se eleven,
por más tratados que mientan.

Federico,
ya venciste uno a uno los disparos asesinos.
Tus versos fueron, son, serán
el legado inagotable del que todos bebemos,
y en las aguas serenas de este río
que ahora contemplo
no sólo navegan los barcos
reman también los suspiros.

Paco Bautista, sma.
Niamey. Septiembre de 2016